книга Tristana
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Tristana

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Situada en el castizo Chamber?, uno de los barrios del ensanche del Madrid decimon?nico, la novela presenta un m?rbido tri?ngulo amoroso entre una mujer, un viejo —que confunde honor y provecho— y un 'artista'. Al morir su madre, la hu?rfana Tristana es recogida por un amigo de...Ещё
Situada en el castizo Chamber?, uno de los barrios del ensanche del Madrid decimon?nico, la novela presenta un m?rbido tri?ngulo amoroso entre una mujer, un viejo —que confunde honor y provecho— y un 'artista'. Al morir su madre, la hu?rfana Tristana es recogida por un amigo de la familia, don Lope, que acabar? convirti?ndose en su tutor-seductor. La joven protagonista se rebela ante tan humillante situaci?n y al poco conoce y se enamora de Horacio, un pintor de ideas tradicionales que no acepta el esp?ritu feminista de Tristana. El pintor tiene que ausentarse de Madrid durante una larga temporada y la relaci?n se enfr?a (aunque en Tristana sigue viva en un Horacio idealizado). Abordando el tema de la emancipaci?n de la mujer en la sociedad espa?ola de finales del siglo XIX, Tristana profundiza en el mundo conflictivo f?sico y emocional de «una mujer que no quiere ser ni amante ni esposa».
  • Bookwire
  • 9788498976359

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Sarah Safwat Sarah Safwat

12 марта 2014 г.

Benito Pérez Galdós

TRISTANA

 

 


I

 

En el populoso barrio de Chamberí, más cerca del Depósito de Aguas que de Cuatro Caminos, vivía, no ha muchos años, un hidalgo de buena estampa y nombre peregrino; no aposentado en casa solariega, pues por allí no las hubo nunca, sino en plebeyo cuarto de alquiler de los baratitos, con ruidoso vecindario de taberna, merendero, cabrería y estrecho patio interior de habitaciones numeradas. La primera vez que tuve conocimiento de tal personaje y pude observar su catadura militar de antiguo cuño, algo así como una reminiscencia pictórica de los tercios viejos de Flandes, dijéronme que se llamaba don Lope de Sosa, nombre que trasciende al polvo de los teatros o a romance de los que traen los librillos de retórica; y, en efecto, nombrábanle así algunos amigos maleantes; pero él respondía por don Lope Garrido. Andando el tiempo, supe que la partida de bautismo rezaba don Juan López Garrido, resultando que aquel sonoro don Lope era composición del caballero, como un precioso afeite aplicado a embellecer la personalidad; y tan bien caía en su cara enjuta, de líneas firmes y nobles, tan buen acomodo hacía el nombre con la espigada tiesura del cuerpo, con la nariz de caballete, con su despejada frente y sus ojos vivísimos, con el mostacho entrecano y la perilla corta, tiesa y provocativa, que el sujeto no se podía llamar de otra manera. O había que matarle o decirle don Lope.

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